Desde esa posición, se encargó de “vender” un proyecto muy jugoso a la Dirección: el afamado Tajo, con la consecuente construcción de la planta de lixiviación. De alguna manera convenció a los accionistas de que dieran luz verde al proyecto, y hasta el gobernador de aquél entonces; César Duarte, se involucró en el asunto. Se invirtieron más de 600 millones de dólares en el proyecto, y al momento de echarlo a andar no duró en operación ni medio año. Tras ese fracaso, el Subdirector fue despedido, llegó un gerente nuevo a Minera San Fco. Y la cosa siguió como si nada hubiera pasado. Hubo 2 oleadas de despidos y todo quedó en el olvido. Este nuevo gerente, empero, resultó ser más enérgico, neurótico y ambicioso que el anterior. Fue recibido con una huelga en el año 2013. Tras eso, se dedicó a hacer y deshacer planes de explotación mineros, a modificar los datos de las reservas de mineral, y a hacer todo lo posible para ganarse un ascenso. Cosa que consiguió, posteriormente. Fue ascendido a Subdirector Regional y se marchó, pero no sin antes vender gran parte de la chatarra y un castillo de tiro a una compañía recicladora de un conocido contratista suyo. Los altos mandos de la Dirección se enteraron de esa venta y pusieron el grito en el cielo. La chatarra que se había vendido estaba inventariada y contaba como activo de la empresa. Al desaparecer, comenzaron a surgir discrepancias en las auditorías. Como consecuencia, al próximo gerente que llegó le quitaron facultades. Ya no podría encargarse de vender ni de comprar nada por él mismo. Todo debía ser previamente autorizado y evaluado por la Dirección, incluida la venta del concentrado mineral y los pagos a los proveedores y contratistas. Aquí tomó más impulso la caída de la empresa, y a partir del año 2016 ya no hubo vuelta atrás. El gerente tampoco estaba interesado en nada de lo que ocurriera al pueblo, aún cuando se hubiera instaurado el departamento de Desarrollo Comunitario y otras políticas de sustentabilidad, el gerente en cuestión ni siquiera se tomó la molestia de conocer los nombres de sus empleados y trabajadores. Por aquél entonces, el organigrama de la compañía ya era un desastre infla nóminas. En 2004, por ejemplo, cada mina tenía sus correspondientes supervisores, estos respondían a un jefe de mina, y éste último al gerente de la unidad. Para 2017, el organigrama contaba con un Gerente de Unidad>Super Intendente General de Minas>Super Intendente de Mina>Jefe de Mina>Supervisor. De manera que, cuando el gerente se daba una vuelta por una mina, llevaba tras de sí todo un séquito de ingenieros con salarios que rebasaban los $60 mil pesos mensuales. Al tener las manos atadas en cuestión de autorización de pagos y compras, el gerente no podía hacer mucho por mantener la estabilidad de las operaciones de la empresa. Comenzaron a faltar refacciones, componentes, insumos, etc. La Dirección tenía la última palabra. La maquinaria de operación seguía siendo la misma que se había comprado en el año 2004, eran unos despojos, unas ruinas de maquinaria, pero así tenían que seguir trabajando, ¿cómo? Sólo Dios lo sabe. Tras la partida de ese gerente, comenzaron a llegar gerentes interinos. Se cerró la mina Granadeña. Se cerró la mina Frisco. Quedaron operativas sólo La Mesa y Clarines. Pero el organigrama continuaba completo, y la plantilla de trabajadores era excesiva, pues se había conservado la mayoría aun después de cancelado el Tajo y la Planta de diez mil toneladas. La Dirección, pese a ello, seguía sin mirar hacia acá. El Director General de Minera Frisco nunca volvió a poner un pie en San Fco. Del Oro. Sólo se dedicó a esperar ganancias, como buen descendiente de libaneses que es. Hasta que llegó el 2023 y trajo consigo el desenlace. Un desenlace que todos habíamos previsto… tristemente.

JCQC