La tumba del desconocido, a la que nadie visita, llora o lleva flores. Son los cadáveres de la fiscalía identificados por su origen y con datos de su número de expediente.

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El tiempo hace su labor y el olvido de la vida cotidiana también. Los restos humanos de personas que fallecieron en accidentes, enfrentamientos o simplemente fueron encontradas en vía pública, los que se llevaron a la eternidad el misterio de su identidad, están a la entrada del campo santo.

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Son el inicio del recorrido habitual de los visitantes del panteón ubicado en la salida a Chihuahua. Son la primera imagen que se tiene al pasar el umbral de la puerta que da acceso a la eternidad terrenal.

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Tumbas distintas; planas carentes de vestigios de rendición de honores en forma de flores y coronas, tampoco esta esa ese bulto de tierra que semeja a la persona recostada que yace en la tierra.

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La cruz en la cabecera, tampoco es parte de su identidad, en su lugar hay carteles blancos con letras negras que gritan en silencio a los vivos que pasan, que, ¡están ahí! ¡Qué si bien no existen, Pero un día fueron! Dejaron como testimonio de su paso por estas tierras, los despojos cadavéricos, que nadie reclamó.

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Personas cuyos cadáveres fueron ubicados en diferentes municipios de la región sur, llevan como epitafio; su procedencia y un número de expediente que en los archivos de la fiscalía encierra más detalles de ese último encuentro del muerto con la autoridad de los vivos.

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Son más de sesenta tumbas desiertas, un contingente de personas sin rostro, nombre ni origen. Agrupados en un contingente inmóvil, ausentes, su invisibilidad se refrenda en la ausencia de visitantes. Todos pasaban de largo, mirando al infinito o al sitio donde está la tumba del ser querido que inspira y mueve su travesía, Nadie en ese caudal de gente hizo una pausa para dejar leer su epitafio administrativo, menos aún para dejar una flor, oración o canción en medio de la nostalgia del dolor, porque, son los ausentes, los que nadie siente.