Entrevista:
29 de Abril 2023
El silencioso desplazamiento cultural, económico y social del pueblo Rarámuri
Con la modernidad, estamos perdiendo nuestra identidad; Guillermo Negrete.
El silencioso desplazamiento económico, social, y cultural de los pueblos originarios da lugar a la perdida de la identidad, expuestos a los abusos y al subempleo, la discriminación es vigente hasta nuestros días.
Hoy se habla de desplazamientos forzados de comunidades rurales habitadas por los pueblos originarios a causa de violencia y abuso de poder, pero, hay otros factores silenciosos, igual de graves, no hay referencia, son impersonales y por tanto no hay castigo ni seguimiento. La migración económica derivada de la falta de oportunidades en sus lugares de origen provoca la pérdida de identidad por olvido, omisión, marginación y vergüenza.
Guillermo Negrete Rubí es un siriame urbano, es el líder de la comunidad de San Andrés, un asentamiento de personas de origen rarámuri ubicada en los márgenes de la mancha urbana de Parral, un sitio que no esta exento de los vicios y laceraciones de la pobreza, "obsequios" estos del chabochi, del hombre blanco.
Un siriame es un gobernador, un líder indígena que trae el bastón de mando de la comunidad. Hace más de 50 años, Guillermo salió de su natal, Huarazachi, poblado, enclavado en la serranía del municipio de Balleza, llegó a Parral junto con su familia, buscaban no una oportunidad de vida sino de ¡sobrevivencia! Recuerda como fue el peregrinar, primero transitando por caminos agrestes y después por carretera hasta arribar a Parral.
Durante más de 5 décadas ha sido testigo de la evolución de los pueblos originarios en la zona urbana, su conclusión no es optimista; lamenta la perdida de las tradiciones, la cultura originaria, este desplazamiento ha llegado incluso al área rural, entre los que aún están allá.
Recuerda; “Desde Hace unos años he empezado a regresar con frecuencia a la sierra, al pueblo, Huzarachi, pero me he encontrado que las tradiciones se están perdiendo allá, los jóvenes no sienten el arraigo a su lengua, se avergüenzan, tampoco a sus tradiciones, rituales como el “Yumare” pueden estar condenados a desaparecer en algunos asentamientos, afirma Guillermo Negrete.
Entrevistado en las afueras de su casa, en la comunidad indígena de San Andrés, de noche, teniendo como testigos e interlocutores intermitentes a los grillos con sus sonidos que emiten escondidos en alguna parte de la pared de adobe, la palabra de Guillermo Negrete se acompasa de cuando en cuando con el aullar solitario de algún perro a la distancia.
Se anima a dar el testimonio de esa discriminación del sistema social en el que están inmersos él y los de su raza, es un sistema impersonal en el que corre para alcanzar el avance de la modernidad que siempre se aleja más, en ese paso presuroso se genera el desplazamiento silencioso de esos individuos que se pierden en el anonimato, no son mayoría, no inciden en la economía global, no tienen voz, pero, si tienen una historia que contar, un grito que ahogan en la gran laguna de la mancha urbana que suele ser ciega y sorda.
Es la versión de un hombre de trabajo, llega cansado, el sudor delata el esfuerzo físico del jornal diario de las faenas del campo donde tiene el empleo en turno. Se sienta en una piedra, recarga su espalda en la pared y su mente se revoluciona, empieza a asentar los recuerdos.
¡Cuando llegue a Parral, fue en 1972, tendría unos 12 años, no sabía hablar español y tampoco hacer muchas otras cosas! Se describe como un auto didacta que tuvo que aprender inspirado en el hambre y la necesidad, ello evolucionó su conocimiento hasta hablar el español fluido y tener habilidades para trabajos que iban más allá de hacer zanjas para enterrar tubos que eran la avanzada de las nuevas áreas urbanas de la ciudad.
“Sali del pueblo por necesidad, había mucha pobreza, no teníamos nada para vestir, la comida era raquítica, de auto consumo y no siempre alcanzaba, los apoyos de gobierno no siempre llegan, nos olvidan o se quedan en el camino. Los presidentes no recorren las comunidades que están muy adentro, a las que no se puede llegar en vehículo”
En tiempo de elecciones hacen acarreos de forma inhumana, trasladan números, folios, huellas ¡pero no personas! es entonces cuando los que serán los gobernantes si recorren esos lugares, van en busca de los votos del poder, los acarrean a las casillas en camiones troceros, camionetas de carga, son una mercancía, moneda de cambio en la lucha del poder… luego viene lo de siempre, ¡nos prometen mejoras que nunca se cumplirán!
Actualmente todos los habitantes de los pueblos originarios cuentan con una credencial de elector, incluyendo los de las zonas mas recónditas, no se trata de un avance democrático, sino de una necesidad de los candidatos.
Redirecciona su mente a cinco décadas atrás; llegamos a Parral, vivíamos en el monte, no había más, tendíamos una cobija debajo de los huizaches, nos empleaban en trabajos rudos como hacer zanjas o en los ranchos.
Alla la gente sufría por no tener que comer, pero no se enfermaba, pero luego conocieron harinas, papas fritas y ahora no tienen hambre, pero, viven menos por consumir lo de ahora.
La cura de las enfermedades en la montaña estaba en las hierbas, no había un doctor, solo médicos tradicionales, los curanderos, asistían en todos los padecimientos hasta en los partos.
En la integración a la sociedad donde viven, refiere; ¡Estamos más discriminados ahora que en aquel tiempo, en la calle nos saludaba la gente, nos daba los buenos días, hoy la civilización se perdió!
Hay una discriminación mostrada en diferentes rasgos; desde la manera de hablarnos, nos llaman indios de forma despectiva, flojos, nos cuestionan nuestra presencia al referirnos ¿porque bajaron de la sierra? o nos reprochan que no sabemos hablar el español.
Pero, reflexiona, son ellos los que no se dan cuenta que no han avanzado, en una ocasión le dije a una persona que se molestó porque no entendía el dialecto, le dije entonces en español, ¡Yo no tengo la culpa de que usted no haya aprendido de nosotros lo que nosotros aprendimos de ustedes, si aprendí el español usted debe aprender el tarahumara!
La discriminación no es un mito, esta presente en cada momento en el que pretendemos integrarnos a la sociedad, se palpa en actitudes y lo peor en expresiones.
En una de sus facetas, Memo ha promovido el deporte en su comunidad, forma equipos de futbol que luego inscribe en las competencias de la liga municipal. Se prioriza a los residentes de San Andrés, pero agregan también a chabochis -mestizos- que aceptan jugar en sus equipos.
Sin embargo, en las competencias, se escuchar como los padres de familia de algunos equipos rivales, les gritan a sus hijos, ¡túmbalo, es un indio! ¡no te dejes ganar por ese bajado de la sierra! Y otras expresiones más agresivas, se entiende que pretendan alentarlos, pero no en un sentido negativo.
El rarámuri por lo general es silencioso, pero entiende, escucha lo que se le dice, percibe que no es bienvenido en la integración con los demás, que no son incluidos y aceptados como parte de una misma comunidad pese a que viven y son parte de ella.
En los empleos pasa algo similar; aquí-En San Andrés- hay no menos de 30 personas que hacen trabajos que nadie más haría; laboran en el relleno sanitario, en el basurero, donde se les discrimina pagándoles menos, la colecta de materiales que en el antiguo basurero tenía un mejor precio, ahora en el relleno sanitario se les asigna uno inferior al del mercado, es una explotación disimulada.
Guillermo Negrete afirma que no hay prestaciones en ese empleo, no hay la seguridad de atención médica, pese a que están en medio de la basura, expuestos a una enfermedad y contaminación, con muchas jeringas y material contaminante con el que conviven, riesgos de lesiones por vidrios y desperdicios cortantes.
Otros salen a ganarse la vida en la construcción, donde tampoco hay prestaciones, aunque se les paga un poco mejor, reconoce que donde si estan bien las condiciones y el pago es en el los aserraderos.
La condición de indígena, los hace ser discriminados, aguantar muchos excesos en silencio, no piden aumento de sueldo y por lo general reciben lo que se les paga sin decir nada por miedo a que se les despidan.
La fundación del asentamiento la hicimos hace unos 20 años, gracias a que el padre Cobos tuvo la iniciativa, luego el señor Vélez, el de los transportes, compro una hectárea que es donde nos ubicamos las primeras familias, desde entonces han llegado otras y algunos programas de gobierno han ampliado en terrenos, como cuando se hicieron las casas de adobes y techos rojos.
Esto ha permitido reencontrarse, desde entonces es el jefe de la comunidad, el Siriame, un Siriame urbano, me respetan porque hemos trabajado para constituirnos e identificarnos, preservar las tradiciones.
Dentro de las jerarquías de mando están los “buchivami” que son los que le auxilian para que se den las condiciones de convivencia y de celebraciones tradicionales que se realizan.
Nosotros venimos de comunidades donde hacemos estas celebraciones, aunque se están perdiendo, recuerda, he estado regresando y en algunas ayudamos a rescatar esas prácticas, en otras vamos aprendiendo para traer y actualizar las que realizamos aquí.
Sin embargo, la misma escuela en cierto sentido se convierte en una barrera para seguir preservando nuestros orígenes auténticos, de los maestros que imparten clases, solo uno de ellos habla el dialecto, esto significa que los niños son quienes tienen que adaptarse a hablar español.
Esto tiene sus consecuencias, se van alejando, practican más el español, Guillermo Negrete estima que el 80 por ciento de los alumnos de las escuelas que están en la comunidad saben los dos idiomas, solo un 20 por ciento habla nada más rarámuri.
Nosotros mismos somos los culpables de que nuestro idioma, el de las montañas de la sierra se vaya perdiendo, ¡debimos quedarnos allá! Pero también hay muchas necesidades, no es fácil, tampoco aquí.